De los nacimientos de personas que llegaron a ser personajes históricos tanto en el Oriente como en el Occidente, el que por una razón o por otra ha atraído más la imaginación de pensadores, artistas y artesanos ha sido el de Jesucristo. El suyo ha sido el único nacimiento representado iconográfica y figurativamente en la historia.
Por Bárbara Jacobs
Ciudad de México, 29 de enero (SinEmbargo).- La miniatura es la escala natural del nacimiento, y no sólo por la dimensión en la que el misterio es representado, sino porque el acto de ponerlo remite a la infancia, ese espacio en el que todo nos parecía inmenso porque nosotros(as) éramos pequeños, y que ahora nos parece diminuto porque somos grandes. (…)
Minia, minia, minia, la repetición de las primeras sílabas de la palabra miniatura. ¿De dónde viene el sustantivo, cuándo nació en la historia la miniatura? Minia. El nombre deriva del verbo italiano miniare que en castellano significa “pintar con minio”, que viene del latín, que es cinabrio o sulfuro de mercurio en polvo y que se usa para obtener pintura roja o bermellón. Pero el término miniatura designa más sus dimensiones que las características técnicas de su elaboración. Minia, mini, minia, miniatura. Mínimo es el adjetivo superlativo de pequeño, y se dice del que no tiene otro inferior que su especie. (…)
Todo nace en miniatura, desde una idea hasta un elefante. Los nacimientos son las miniaturas por excelencia. El poeta Walter de la Mare observó: “¡Qué enorme le parecerán / las cosas pequeñas a la menuda mosca!”, lo que habla de proporciones y de relatividad, aun cuando la mosca no sea una miniatura. Para ella, una espina es un cayado. ¡Y qué enorme le parecerá entonces la mosca a una pulga!
En el principio hasta el verbo fue miniatura. La palabra empezó por ser idea antes que sonido, ¿y qué fue antes de que fuera idea? ¿Qué fue primero, la idea o su designación? ¿De dónde o de qué nació la idea? ¿De la luz? ¿Y la luz?
Si uno aprende lo que la naturaleza enseña, llega a la conclusión de que la forma natural de presentar figurativamente un nacimiento es la naturaleza.
De los nacimientos de personas que llegaron a ser personajes históricos tanto en el Oriente como en el Occidente, el que por una razón o por otra ha atraído más la imaginación de pensadores, artistas y artesanos ha sido el de Jesucristo. El suyo ha sido el único nacimiento representado iconográfica y figurativamente en la historia.
Se tiene a San Francisco de Asís como el de la idea original de escenificar lo que la historia ha armado como el contexto en el espacio y en el tiempo del nacimiento de Jesucristo, con los elementos fundamentales que conforman el hecho, el mismo Jesucristo, la madre, el padre, el pesebre en el que nació, los animales que comían en él y los tres reyes orientales que, guiados por una estrella que señalaba el sitio en la ciudad de Belén, en la antigua Palestina, en donde tuvo lugar el nacimiento, viajaron a celebrarlo. También, la paloma, que concretó la referencia a la fecundación de la madre de Jesucristo, explicación recogida con el nombre de la Anunciación dentro de la historia de la religión cristiana.
Entonces, fue san Francisco quien primero materializó iconográficamente el nacimiento del fundador de una religión y de una era. Es decir que fue el primero en concretar en figuras la abstracción del origen del cristianismo, y esto sucedió en el siglo XIII, en la Edad Media. (…)
Estas figuras, en miniatura involuntaria, introducen o aplican en este motivo del nacimiento de Jesucristo la técnica de la miniatura. “Lo bueno, si breve –también se dice,– dos veces bueno”. Y la coherencia de que un nacimiento sea miniatura se realza. Lleva a preguntarse si un nacimiento podría ser de otro modo que no fuera en miniatura. (…)
La infancia es la miniatura de la vida adulta, o es la vida adulta en miniatura. Igual que toda la gente, entré en conocimiento del mundo y sus motores a través de la visión de la infancia. A mi alrededor, existía lo que se parecía a mí, que era comparativa, proporcional y relativamente miniatura, y lo que no se parecía a mí, que era lo demás, era lo grande. (…)
Pero lo más cercano y hasta esencial para mí era una parte, concentra y abstracta a la vez, concreta y simbólica a la vez, de un todo que era grande, diferente de mí y por lo tanto extraño. (…)
Yo montaba con [mi mamá] la representación iconográfica del nacimiento de Jesucristo al pie del árbol de Navidad. El recuerdo de los doce años que dura la infancia empequeñece en tiempo a medida que uno crece. Con el tiempo, la infancia se convierte en un mundo cada vez más en miniatura hasta caber entero en solamente una palabra, de apenas ocho letras, de apenas tres sílabas, infancia.
Pero las miniaturas son engañosas, pues aunque es cierto que todas son reducciones concretas de tamaño, todas remiten a la amplitud sin tamaño ni extensión de aquello de lo que son reducciones. Podría decirse entonces que la miniatura no es sino el botón de muestra del infinito.
El misterio de la capacidad y de la calidad de la memoria está en la miniatura. La miniatura es cualidad de la memoria (…) Las miniaturas son las siglas. Las miniaturas son la síntesis. (…) Las representaciones iconográficas del nacimiento de Jesucristo son más coherentes con el término del nacimiento y con su símbolo cuando son en miniatura.
En México, los artesanos han llegado a representar el nacimiento de Jesucristo dentro de la concavidad de una cáscara de pistache. (…) Si los nacimientos y sus diferentes recreaciones y representaciones artísticas y artesanales no son asunto exclusivo de ningún país occidental, México ha acogido tan apasionadamente la tradición que le ha dado el carácter de una idiosincrasia mexicana. Si no creó los nacimientos ni los villancicos, creó las posadas, esos festejos navideños que conmemoran, en los nueve días previos al alumbramiento.